top of page
Buscar

Ya tuve, ya fui, y…

  • andrestorocarvalho
  • 14 jun 2023
  • 7 Min. de lectura


Ya tuve alguna vez un Cassio y como mi piel es muy delicada y propensa a la dermatitis por contacto, lo que no me permite ponerme ni anillos, ni cadenas, ni aretes (también lo intenté), entonces ya sé que tampoco quiero tener un Rolex.


Ya tuve un Twingo, antes de ese tuve un Chevrolet Sprint, y las largas horas sentado en los eternos embotellamientos; más la sensación de que le hacía daño al medio ambiente con sus emisiones; las iras con P que me daban agriera y me hacían hasta pelear con los que no cumplen las normas; además de los molestos días de mantenimiento, en los que perdía tiempo, paciencia con los mecánicos que querían tomarme por tonto; los sábados o domingos o días festivos perdidos sobando con ceras y líquidos costosos latas, plásticos y gomas, en vez de descansar; las rabietas al pagar seguros, impuestos, peajes, aceites, combustibles siempre en asenso gradual y demás… me hicieron dar cuenta de que tampoco quiero tener un Ferrari.


Ya estuve casado —y también cazado—, y aunque por un periodo fue el estado perfecto, fue pura armonía y felicidad, por razones que se pueden atribuir a lo básico de la vida, también supe que hay tormentas que por más que se replieguen las velas y se achique con fuerzas, no se pueden superar y hay que dejar hundir la nave. Así que ya supe lo que es un divorcio, un ¡maldito! Divorcio, y entonces entendí y me di cuenta, de que tampoco quiero volver a casarme.


Ya fui pater familias, padre de hogar, papá postizo, papá prestado, padrastro que llaman. Tuve la fortuna de ayudar a terminar de criar un adolescente y un niño, y les di ejemplo, tiempo, cariño, dinero, enseñanzas, afecto, regaños, reglas, risas y demás cosas salidas desde lo profundo de mi alma, hasta que los vi convertirse en hombres. Fue suficiente para aclarar esa idea que desde temprana edad me habitaba: jamás sería padre, no tendría progenie y por eso me corté el conducto deferente en cuanto lo tuve más claro y pude. Me quedo con los de cuatro patas y pelitos en todo el cuerpo, los que no juzgan, los que no hieren con palabras de reclamo.

Ya tuve colegas, compañeros de trabajo, parceros del camello, familia de empresa, y los amé y me amaron, nos ayudamos, nos apoyamos, nos peleamos, nos reconciliamos, a otros los tuve que sacar del llavero antes de tiempo; y me tomé varias cervezas, escuché relatos, fui cómplice de enredos y camarada de locuras. Pero a todos, TODOS ellos, apenas dejamos de estar bajo la misma sombrilla, cuando nos bañaron otros aguaceros, al igual que a los otros a los que no convidé a hacer parte de mi vida, los olvidé y me olvidaron, agarraron otro camino, ese para ser rostros qué recordar algún día en un encuentro casual en cualquier parte. Entonces me di cuenta de que no quiero, no me animo a gastar energías, saliva y tiempo en tener compañeros más allá de lo formal y necesario.


Yo también tuve amigos, de los que te hacen llenar la boca diciendo que son de verdad. De esos que alteran la química cerebral igual, o no, mucho mejor que con un romance, porque ese juego llamado amistad verdadera, es más duradero porque no se limita a las delicias de las dopaminas y endorfinas, sino que abraza hasta el cortisol que se genera en las malas, y acompaña hasta en la desgracia; que es más sincero porque no hay que vender simulacros, ni hay que estar haciendo monerías para alimentarlo. Más fiel porque acepta hasta las monstruosidades que nos habitan y las abraza, y a pesar de que se tengan otros amigos o amistades, siguen siendo AMIGOS. Pero esos también se cansaron de mí, se diluyeron en los tiempos malos, y en los tiempos buenos se olvidaron, y ya no hubo espacio ni paciencia para críticas, para zopetones, para calvazos y coscorrones, y entonces, se escondieron bajo piedras mohosas de las que ya ni espero, ni quiero que salgan. De esos, ya me di cuenta también, que no quiero volver a tener, ya no confío en que existan, ya estoy demasiado viejo y curtido para caer en la inocencia de creer que se puede forjar algo medio parecido desde cero.

Ya tuve casa, carro y beca. Los soñé en conjunto con mi pareja, los luché, me endeudé, me manché las manos con pinturas, estucos, cemento… apreté tornillos, unté barnices, negocié con carpinteros, cerrajeros, constructores, vendedores y los más implacables, bancos. Tuve y mostré que fui capaz, y me di cuenta de que al más importante de los que les mostré fue a mí mismo, porque ni me acuerdo a quienes ni para qué les quería mostrar… o si era más bien un reflejo de lo que mi compañera quería que mostrara… en fin. Largo fue el tiempo y duro el trabajo para conseguir, pero solo un plumazo y un par de segundos fueron necesarios para tener una mano adelante y la otra atrás… y entonces me di cuenta de que es mejor tener pequeño el equipaje. Y es que me parece que duele menos entre menos se pierde.


Fui empleado, lo soy hoy. Mi vida en el comercio de los sueños comenzó temprano. A los trece tuve mi primer empleo, nada formal, así hasta los 19 años que firmé por primera vez un contrato. Desde ese entonces luché y di lo mejor de mí como humano y como profesional cuando fue el caso, en pos de apoyar los sueños de otros, aceptando el soborno mensual para poder cumplir los míos. Pero probé los deliciosos sinsabores de la independencia, de ser emprendedor y comprendí que el camino que más se asemejaba a lo que más o menos quería, era por ahí. La vida me ha llevado a tener un pie a un lado y al otro para no caer y ser destrozado en el camino, pero ya quisiera que ni siquiera fuera así, ahora me gusta pensar en ese concepto de la libertad financiera —toca soñar porque eso relaja—.


Ya fui famoso, sí, tuve mis quince minutos de fama más de una vez… ya he caminado distraído y casual por lugares y me han reconocido. Han gritado mi nombre, mi apellido o el de alguno de mis proyectos. Y confieso que las veces más satisfactorias y bonitas, han sido cuando me ha identificado por ahí en cualquier lugar, uno de los más de mil doscientos alumnos que he tenido el honor de impactar. Pero también he salido en televisión, en radio, en prensa, en revistas, en portales de Internet, y no solo en una de esas fotos o videos accidentales que se toman por ahí, no, ha sido con mi nombre, hablando sobre mí o mis proyectos, y se ha sentido bonito, y me he sentido importante y exitoso… pero también me dio la oportunidad de entender lo efímero y superfluo que en eso hay, y de lo innecesario que es para llenar de verdad el alma.

Fui exitoso, muchas veces: primer puesto casi siempre en cada periodo escolar desde el kínder hasta 11, el mejor bachiller, becado en la universidad, ascendido a gerente, ascendido a director, socio de varios proyectos en conjunto y propios. Fui director de programas de televisión y de radio. He publicado varios libros, mi nombre sale en una buena cantidad de otros libros como coescritor, editor o corrector de estilo. He hecho un montón de cosas, como aprender y hacerme piloto de ala delta, he viajado a conocer el Salto Ángel en Venezuela, he recorrido una gran cantidad de lugares de Colombia. He comido en algunos de los mejores restaurantes de Medellín y me he hospedado en algunos de los mejores hoteles cinco estrellas de Colombia, siempre invitado. Por eso pienso que si todo terminara hoy, ha sido suficiente y puedo decir con orgullo y sin miedo al igual que Neruda: «confieso que he vivido».


Si la vida es pues un constante aprendizaje, si de lo que trata todo esto es de arriesgarse, experimentar, cometer errores, corregir y aplicar lo aprendido… me miro y veo en lo que llevo, una suerte de sucesos que me han dado la capacidad de entender muchas dinámicas, de descubrir ciertos secretos.


Llamamos inteligencia a la facultad de aprender y de no cometer los mismos errores. Yo me aburro rápido de las cosas, en especial cuando siento que ya las viví, que ya las conocí. Por lo general no vuelvo a un mismo restaurante, no me gusta repetir destinos a los que ya he viajado, le doy pocas segundas oportunidades a cosas que la primera vez me disgustan. ¿Eso me hará inteligente? ¿Intransigente a veces?


En el amor, he sido y he tenido también un montón de aciertos, desaciertos, exabruptos y decepciones. He sido el que más ama, también el que se ha dejado amar más. He amado en silencio esperando ser amado, y calculo que he sido la traga de alguna por ahí. He desesperado por amor, he acosado por amor, he rogado con lágrimas en los ojos, he sido cambiado por tipos más bellos, mejores ejemplares, mejores partidos, príncipes azules, también por millonarios. He sido indiferente al dolor de un corazón herido y he sido pagado con la misma moneda. Sí, también he sido infiel, y me han sido infieles, más de una vez ni me di cuenta. He abandonado y me han abandonado en lo que a romance respecta. He sido recto y sincero, también he mentido. He decepcionado y me han roto las vértebras de puro dolor. Tuve compañeras de sexo casual, amigas con derecho, novias, esposa y por último concubina. Y me di cuenta de que todo empieza igual, se desenvuelve diferente, excita, deleita, se apaga poco a poco y siempre termina igual: se rompe, se daña, duele, desespera, destruye… pero también enseña.

Así que aprendí, como el ratoncito al que se le mete en un laberinto con pasillos sin salida y además electrificados, que ¡por ahí no es compadre! En todos mis fracasos hay una constante: YO, y el que sufre soy yo, el que se permite sufrir soy yo, por lo tanto, hay que eliminar de la ecuación la constante que es la que da el resultado siempre negativo. Solito, me irá mejor y me hago romper las rodillas por eso.

 
 
 

1 Comment


milotoro
Jun 16, 2023

Que nota, de nota! de eso trata la vida: de aprender, de cometer errores, de reir, de llorar, de amar… pero al final, de vivir

Like
bottom of page