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La soledad de estar solo

  • andrestorocarvalho
  • 13 mar 2024
  • 13 Min. de lectura

Actualizado: 14 mar 2024



Estar solo es un placer… no para todo el mundo por su puesto, eso lo entendemos algunas personas nada más. Por lo general la soledad aterra y la mayoría no quiere quedarse con sus pensamientos.


De niño aprendí a desarrollar un blindaje para protegerme de los demás. No fue fácil, dolió en muchas ocasiones. Desde los tres años hasta los veintiuno sufrí de una conjuntivitis alérgica crónica. Esta enfermedad como su sufijo lo indica, es la inflamación de la pared interna de los ojos conocida como conjuntiva. Se manifestaba con unos dolores terribles que no me dejaban abrir los ojos. Lloraba por el ardor, por no poder ver, porque me avergonzaba ante los demás que me miraban con recelo, incluso con prevención y hasta con asco. Muchos me temían y me corrían como si tuviera una infección y se las fuera a contagiar. Los niños en el kínder y en el colegio fueron inmisericordes, fui objeto de burlas, de acoso y de discriminación, unos pocos fueron amables y tuve algunos amiguitos, pero por lo general los padres, es decir los adultos, eran los más prejuiciosos y les pedían a sus hijos que no se me acercaran.


Darme cuenta desde temprano de que era un individuo no deseable para estar a mi lado, me ayudó a apreciar mi soledad. Entonces en los descansos me daban permiso para quedarme solo en el salón pintando o estudiando; la excusa es que me dolían los ojos por la luz del sol, así que las profesoras eran condescendientes conmigo. Otras veces me iba a comerme mi lonchera por ahí en un lugar apartado. Reitero que no fue siempre, que tuve compañeritos con los que compartir y desarrollar las habilidades sociales básicas. Además la alergia me atacaba por temporadas, no era cosa de todos los días.


El llanero adolescente solitario



Crecí, me hice adolescente y en el proceso les agarré un temor indescifrable a las niñas, a pesar de tener una hermana. Mis ojos enrojecidos e hinchados, sin pestañas porque se me cayeron todas por las lagañas, estarme frotando más los medicamentos, que por toneladas me mandaban los alergólogos y oftalmólogos que me veían constantemente, me hacían verme y sentirme feo y nada atractivo para las niñas que en esa etapa de la vida, buscan unos ideales impuestos por el sistema social. Así que hasta los catorce años, solo tuve uno o dos amigos, por lo general eran los nerds o los otros apartados del grupo: los tontos, los homosexuales, los raros, los que tenían defectos físicos, en fin.


Hasta que un día le pegué en el colegio a un compañerito que era un sicario de Pablo Escobar y este me mandó a quebrar una pierna. No pasó, el enviado se apiadó, o fue mi ángel Azul, (entra aquí para conocer la historia) en fin, eso me puso en movimiento y me impuse como reto entrar a un colegio mixto. Allí conocí a mi primer amor no platónico, me dieron mi primer beso, luego tuve mi primera novia, la primera mujer en mi vida que me enseñó a amar físicamente y bueno, también aprendí a pertenecer a un grupo de amigos nutrido con los que terminé de desarrollar las otras habilidades sociales necesarias para sobrevivir.


Sin embargo, la soledad me ha habitado desde siempre. No solo era capaz de sobrellevar tiempos obligados solo, porque los amigos se iban de vacaciones o estaban en otras actividades, o porque era yo el que me iba con mi familia a otros lugares en los que buscaba estar apartado, por mi cuenta, sino que sentía que la necesitaba, la buscaba. Así que me escondía, no aceptaba salir y prefería quedarme solo, escuchando música, o meditando en la oscuridad y la soledad cuando quedaba la casa para mí solo.


Adulto y perdido




Cuando me casé y me metí en el rollo de pasar mi vida y mi tiempo al lado de una mujer, esos diez años fueron buenos, pasables, perfectos en ese sentido, porque yo hacía trabajo en casa y mi exesposa se iba todo el día para la oficina, así que yo me quedaba en el apartamento solo con mis perritos de ocho a diez horas diarias en semana. A veces sentía que tenía que buscar más tiempo solo, me ahogaba la perpetua compañía y buscaba la soledad en la meditación: unas ocasiones me metía al baño, apagaba las luces y me quedaba en silencio por largo tiempo. Otras veces, en las noches o las madrugadas, me iba para el balcón y me quedaba hasta el amanecer mirando a la nada, vagando en mis pensamientos, o en ninguna cosa.


Llegó la parte del divorcio, una dura prueba en la que encontré una oportunidad para conocerme en otro tipo de soledad que no había experimentado. Salí de casa de mis padres a el hogar que había conformado, por lo tanto no sabía lo que era vivir en una casa para mí y nadie más. Fue una de las sensaciones personales más gratificantes, dulces, amables y deliciosas que he vivido. Mis perritos pasaban unos días conmigo y otros con mi ex, así que tuve tiempos en los que no había nadie más conmigo, solo yo y mi amada soledad. No escuchar ruidos, ni voces, ni atender demandas, ni cumplir mandatos; hacer lo que quisiera, cuando quisiera en la medida que deseara, era perfecto.


Pero cometí el error de dejarme influir por una necesidad personal y sin cumplir el año solito, dejé que alguien entrara a mi vida. Fue lindo mientras duró, pero hoy veo que a pesar de lo bueno vivido y aportado, lo aprendido en otro par de sistemas de vida que pasé con este otro ser humano, lo que hice fue retrasar mi proceso seis años más. Nunca debí haber doblado mi brazo, fui débil y tonto, y lo he pagado caro.


Mi verdadera soledad



Luego de un nuevo proceso de adaptación a una soledad que he determinado como mi verdadera soledad, porque es más profunda, porque es construida por mí, moldeada a mi gusto y necesidad, me he dado cuenta de que hay soledades más oscuras que no había experimentado. Claro, hay unas peores, esas que le impone a uno la vida, como ya no tener a los padres, que por fortuna no he tenido que vivir y que debe de ser una de las más difíciles; y habrá más, por supuesto, pero es que en la que estoy buceando hoy, es de otro material y me tiene asustado.


Hace casi dos años tomé la decisión de matar al Andrés conocido hasta ese tiempo. Y murió de verdad pues uno se fallece cuando su nombre deja de ser pronunciado y yo busqué que el mío desapareciera de varios círculos, los más importantes en los que existía. Hoy por hoy no tengo amigos, ni conocidos de los de antes que pronunciaban mi nombre para llamarme, porque desaparecí para ellos. Me amparo en la actualidad en uno y solo uno, que me ha demostrado tanto amor o más en un solo año, que el de los otros todos juntos en el tiempo que estuvieron en mi vida.


En esta, mi verdadera soledad, me acompañan mi familia, Jacobo, PinkyPie y la literatura. Leer mucho, escribir un poco y trabajar en semana, es lo que la compone, la parte buena, la que disfruto, pero hay algo más, más profundo, más oscuro que por insondable e inexplorada por mí, me tiene preocupado, nervioso y descolocado.


Maté a Andrés



El Andrés que maté amaba muchas cosas: la gastronomía, viajar, tener compañía, conversar, interesarse por otros, compartir momentos alrededor de un trago… tenía un propósito por el que luchaba y creía que lo hacía importante y necesario para que el mundo girara. Necesitaba de reconocimiento social y hacía cosas para que lo vieran y lo aplaudieran, para que otros testimoniaran su vida y lo que hacía. Ese Andrés tenía sueños, de los alcanzables y de los inalcanzables y pensaba que todos los días daba un paso para llegar a ellos. Necesitaba de una persona del sexo femenino a su lado, que lo completara, que lo apoyara, lo cuidara, lo amara. Creía en un Dios, un ser superior que lo protegía, que estaba pendiente de sus pasos, que lo individualizaba y reconocía entre los demás, le otorgaba concesiones, le daba cosas que a los demás no, que lo trataba como un padre trata a un hijo.


El Andrés de hoy no gusta de lo anterior, no siente conexión con ninguna de esas cosas. He adquirido tanta información, he leído, investigado, buscado y encontrado textos, documentos, pensamientos, teorías, sentimientos y palabras de otros a lo largo de la historia humana, que tienen relación con todas y cada una de esas cosas que componían la vida del otro Andrés, y todo se ha derrumbado ante la verdad.


La vida no tiene sentido



No tiene por qué tenerlo. Vivir es tan sencillo, solo se tiene que respirar, y como mi psicóloga me dijo que soy importante y especial solo por existir, y eso mismo me dicen los que me conocen ¿entonces pa´qué putas me tengo que esforzar más? El ser funcional es suficiente, matarse por un propósito es una completa tontería, porque lo cumplas o no lo cumplas, vas a llegar al mismo lugar y vas a obtener lo mismo el día de tu muerte: que la gente diga que fuiste muy especial, único e irrepetible y en poco tiempo, el olvido.


Comer y viajar todo lo que se pueda va en contra de una de mis filosofías vitales y básicas: hay que dejar este mundo mejor de lo que era, hacer el menor daño posible… y resulta que el puto turismo es el depredador de ecosistemas más monstruoso que hay. Mi ciudad está destruida por la ambición de obtener más del «maldito oro» del siglo XXI. Más drogas en las calles, más bandas criminales luchando por territorios, más extorsión, más ladrones, más estafadores buscando víctimas que traen dólares o euros, más prostitución, más niños y niñas obligados a ejercer este asqueroso servicio pedido por pedófilos que en sus países les daría pena de muerte o mínimo cárcel por muchos años. Más ojizarcos que disfrutan de la Banana Republic en la que consiguen coca barata, casas a precio de huevo para comprar o alquilar y un tratamiento como de reyes, con una pleitesía que los agobia y lo emborracha, de ganas de más. Ah también hay más estúpidos creyendo que mostrarse consumiendo es lo único que importa, primero la foto que disfrutar de la compañía, el paisaje o la comida.


Comer tampoco me centra hoy. Ya no me interesa ir a restaurantes que se me antojan ahora cada vez más extravagantes, que pagan más mal a sus empleados, que exigen una hiperproducción de ingredientes de los que el 40% o más terminan como desperdicios en las plazas o en los basureros de los locales. Matamos más animales que nunca y no para la supervivencia de la especie, sino para nuestro goce y entretenimiento. Los suelos se están agotando porque se les exige no el doble ni el triple, sino más de lo que pueden dar, para lo que se necesitan nutrientes y semillas transgénicas, y claro, insecticidas, bactericidas, fungicidas que acaban con los insectos polinizadores y aves. El agua contaminada por la tierra contaminada también entra en el panorama entonces… ¿sigo?


La gentrificación, la transculturización, le pérdida del norte, la política dirigida a los que no son nativos, la inflación desmedida de las cosas, la burbuja inmobiliaria, el desplazamiento forzado ya no por una violencia con armas (aunque también), sino por una violencia económica, el ruido, la contaminación, ¡GAS!


¿Soñar?


Eso no sirve para un culo tampoco (lee aquí por qué no creo en eso), y menos cuando los sueños son impuestos por el sistema: una mejor casa, un mejor carro, un mejor viaje, mejor ropa, mostrarme mejor y más feliz que mis amiguis del carelibro o del insta… consumir, consumir y destruir o dejar antes de que deje de ser útil.


Soñar con ser famoso o reconocido, ser exitoso también está condicionado por un montón de maricadas innecesarias que traen estrés, ansiedad, depresión. Si se mira bien, nunca antes se había prestado tanta atención a la salud mental, pero es que nunca las cifras de personas afectadas habían sido tan abrumadoras. Los suicidios disparados, las consultas por enfermedades mentales en las nubes, las clínicas mentales atiborradas de pacientes que están frustrados porque no han podido llegar al éxito, o porque lo consiguieron y no hay satisfacción o sentido, o porque no saben para dónde más agarrar.


Ah, pero nótese algo, tanto en el anterior título como en este, hay una constante: los laboratorios químico-farmacéuticos, que son los que ofrecen las soluciones a los dos problemas. Entre más tierras y personas enfermas, más billete, más éxito para ellos… Y no, no quiero sonar como un resentido de izquierda, no me identifico en nada con esos idiotas útiles. Estoy hablando desde el conocimiento, de los estudios, de las cifras, de la información que busca abrirnos los ojos y que es censurada, por supuesto; basta con buscar en Netflix, en Amazon, o solo en Google, para confirmar lo que estoy exponiendo.


Religioso no, hay que ser espiritual



Cultivar el espíritu se convirtió en un negocio. Hacer yoga es un deporte, no un estilo de vida espiritual, es un solle que te hace ver más cool. Religión, ni por el berraco, si eso es un negocio de pederastas o de locos ambiciosos. Pululan los coaches, vendehúmos que luego de un curso, de una toma de ayahuasca y un «viaje a San Pedro», ya tienen la solución a los problemas del que quiera consignar e ir a su spa montado en la finca a la que iba la familia años atrás a cultivar momentos felices, y que se estaba perdiendo ahí, inútil, con sus tierras fértiles en desuso y generando gastos en vez de rédito.


Rebusco en mi historia espiritual y entonces me encuentro con que el Dios católico apostólico romano que me enseñaron a amar, respetar y temer cuando niño, es un invento de pastores de ovejas de hace tres mil años, que le copiaron la idea a otros nómadas de los desiertos que habitaron tierras asiáticas desde hace más de seis mil o más tiempo, y que ahora comandan una sátrapa de viejitos y otros no tanto, pedófilos y viciosos.


Haber aprendido a dudar de lo que creía que era lo más importante en la vida, es decir, en un Dios que guiaba mis pasos, que me cuidaba como su ovejita y me hacía su preferido, que me enviaba ángeles custodios para ayudarme a tomar decisiones o evitarme males, que era irremplazable y único, me hizo dar no solo uno, sino varios pasos atrás. Cualquier refugio espiritual que osé por encontrar resulta igual o peor que el anterior, porque ya no es un Dios solo y único, no hay ángeles nada más, hay seres en dimensiones que no me puedo ni imaginar, ¡la cuarta y la quinta!, seres cristalinos que nos manipulan y nos quieren llevar a sus planetas de luz…


Dudar de todo y quedarse con nada



Ahora dudo de todo y como mi cerebro es lógico me he amparado en lo único que ofrece datos reales. Alguien me dijo que creer en la ciencia es creer en seres oscuros que nos quieren dominar. Que la ciencia es mentira… y no, esa persona no cree en la Virgen María y el Espíritu Santo, cree en lo que le cuenten que esté de moda. Ama las constelaciones por ejemplo ¡Dios mío! (léase no como una exclamación a un ser superior sino a como una expresión cultural de asombro).


Pero si se hace el ejercicio de desaparecer el 90% de la población mundial y se le deja avanzar tres mil años en el tiempo, la ciencia les va a volver a dar las mismas respuestas que conocemos hoy, mientras que la religión, variará de acuerdo a las conveniencias de los que se las inventen. Eso es irrefutable.


Mi respuesta encontrada es que efectivamente Dios es una creación del hombre, hecho a su imagen y semejanza porque si no, ¡qué miedo! Que nuestra vida sea gobernada por algún ser con cuernos o de piel verde y ojos almendrados todos negros, sin blanquito. No hay cielo ni infierno más allá de lo que seas capaz de construirte en esta vida… que por cierto, es única y no hay segundas oportunidades. No, no hay vida después de la muerte, eso no tiene ningún sentido, se pierde la conciencia, se apaga el cerebro y listo, san se acabó.


¿No hay un Dios entonces?


¿Entonces no tengo Dios? Lo tengo, claro que sí, mi Dios los contiene a todos, los que han existido y existirán en todas sus formas y manifestaciones. Mi Dios no juzga ni espera que seas bueno o malo. La justicia es una concepción meramente humana, por eso cree en algo más importante y real: el equilibrio; ningún otro ser vivo busca la justicia de Temis (esa de la espada en una mano, la balanza en la otra y los ojos vendados), ni siquiera la entiende, por más delfín o chimpancé avanzado que sea. ¿Por qué aguardamos que todo sea como lo que esperamos si la vida no es así? No tenemos que ser compensados por lo malo, ni por lo bueno tampoco. Eso hace parte de nuestras inseguridades.


Mi Dios, ese en el que creo, no te ama sobre todas las cosas a ti… solo. Como lo ha creado todo, ama todo por igual, sin distingo ni preferencias, no es como el de muchos que espera que le recen para darle preferencia a su equipo y que este gane el domingo en el estadio (es ridículo pensarlo).


Mi Dios es aquel en el que creyó Baruc Espinoza, el que inspiró a Witman, el que manifestó Albert Einstein que es el único que existe: Dios es el universo. Dios es y está en todo lo que existe, y morirá… algún día tal vez, cuando termine de expandirse y desaparezca el último átomo y la más mínima chispa se extinga, cuando no haya energía.


Hay dioses mejores y más fuertes



Tengo la costumbre de orar cuando salgo de mi casa, en especial cuando me monto en bicicleta para desafiar el tráfico de Medellín para ir y volver del trabajo. Es un rito que aprendí desde pequeño, y no importa que ahora sea consciente de que ese Dios que se representa en una paloma o en un hombre torturado en una cruz, no me cubre con un manto especial que me hace inmune a las personas malas o a los accidentes, igual lo hago y creo que lo seguiré haciendo.


Pero, hace poco sufrí un siniestro, nada grave por fortuna, solo un rasguño en la piel y un hombro y una rodilla doloridos. Sin embargo, eso sí, el orgullo y la dignidad sí sufrieron bastante y en especial esa parte de mí que se engaña todavía con esa idea de protección. Resulta que a pesar de que había cumplido con mi ritual y me sentía seguro de que nada malo me iba a pasar, una tonta que a lo mejor también había rezado para que no le pasara nada llevando a sus hijos al kínder o al colegio, porque iban dos nenes uniformados atrás, le importó un reverendo culo la vida de un ciclista que según ella (eso creo, no estoy seguro) puede frenar porque va de afán y no quería esperar más en el pare; no, ya había dejado pasar un camión y una moto, ¿otro? ¡No más!


¿Será que su Dios es más fuerte que el mío? Lo digo porque la protegió. ¿Sí o no?, no me atropelló, ya que en un segundo mi instinto de supervivencia me indicó que tenía que pegarme de los frenos y tirar la dirección hacia la parte de atrás del carro, pero la rueda de la bicicleta no pudo con estos noventa y tres kilitos de materia atómica y se dobló para que la gravedad hiciera lo suyo conmigo. La mujer con el Dios más fuerte paró más adelante y cuando vio que yo me movía, arrancó y se fue. «Uff ¡gracias a mi Dios a ese idiota de la bicicleta no le pasó nada!».


Solo ¿o desamparado?



Desde ese día no he podido dejar de pensar en que tengo que ser más congruente y consecuente con lo que creo, pienso y sé, que ese acto de orar que no puedo dejar, no es para pedirle a un ser superior que me cuide, sino que es para mí, para que mi subconsciente que sí existe, se tranquilice por un lado, y se ponga atento para confiar en las otras habilidades adquiridas o naturales que poseen tanto mente como cuerpo para estar frío, atento, y no vivir con miedo o reaccionar de la manera más apropiada, ante una situación de peligro.


Así pues que lo que me inquieta y que es tan fuerte como para impulsarme a escribir esto, es que me estoy sintiendo ahora más solo que antes, y estoy experimentando esa soledad nueva que no conocía, una que es insalvable, porque aquí no hay compañía que sea capaz de reemplazar o llenar el hueco ancho, largo y profundo que se me ha hecho en la vida, al darme cuenta de que ahora además de solo, también estoy desamparado.

 
 
 

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