Los ángeles sí existen, el mío es un GIGANTE AZUL
- andrestorocarvalho
- 14 ago 2023
- 9 Min. de lectura

imagen tomada de: https://psicocode.com/cultura/samael/
En mi casa siempre ha habido un halo espiritual que fecunda los rincones más recónditos de todos los que pertenecemos a la familia. En un principio fue fecundado por el Dios cristiano apostólico romano. Luego llegó una época de poder mental, nueva era, cristales, pirámides, ángeles y meditación. Todo se fue mezclando y finalmente terminamos siendo una suerte de espíritus libres que creen en todo y en nada.
De niño estudié en un colegio de monjas en el que se iba a misa todos los lunes a primera hora, se rezaba con cierta regularidad en casi todos los actos cívicos, y bueno, en casa antes de dormir, mi mamá se sentaba con nosotros en la cama y hacíamos las oraciones del padrenuestro, avemaría y ángel de mi guarda mi dulce compañía.
Esa imagen de un ser alado con los cachetes rosados y en pelotos, cuidándome en todo momento de todo mal y peligro me encantó desde que mi mamá me lo sugirió. Me hacía ilusión y soñaba despierto con ese ser mágico asignado a mí. Me sentía especial, también seguro, porque debo confesar que fui un niño lleno de miedos, llorón, que necesitó de psicólogos desde temprana edad para controlar sus inseguridades.
Gritaba en las noches por la oscuridad, le temía a las ratas, a perderme, a que mis padres me dejaran abandonado. Lloraba porque llovía y tronaba, y en especial, en noviembre, sentía verdadero terror al animero que pasaba justo por el frente de la casa, a medianoche con una campanita, gritando el favor de rezar un padrenuestro por las ánimas benditas del purgatorio… detrás de él se sentían cientos de pasos arrastrados contra el pavimento que lo seguían hacia el cementerio que quedaba a un par de cuadras de donde yo vivía… lo que más me aterraba es que el señor vestía con un sombrero y una capa de color negro y por lo general solo iban con él unas pocas personas, por lo que no correspondía el ruido que los seguía. En ese tipo de situaciones lo que hacía era rezar el ángel de mi guarda mi dulce compañía, y de cierta manera me sentía mejor.
Eso eran cosas de niño

imagen: Franceschini_Marcantonio_-_The_Guardian_Angel
Tal vez sea así. Solo recuerdo que por alguna razón decidí que el mío no era como el de los demás, o por lo menos no así como pintan los renacentistas a estos seres especiales, soldados de Dios. No puedo decir por qué, no lo puedo recordar, pero me dio por empezar a decir que el mío era de color azul, y no era un niño, en realidad era muy grande, como un gigante, y ese era el que me cuidaba.
Recuerdo aquella vez —tendría unos ocho años— en que nos dio con los amiguitos por usar los patines de una manera más creativa. Consistía en sentarnos en uno de ellos —así podíamos compartirlos con los que no tenían— y bajar a velocidades casi incontrolables por las empinadas calles de Niquía Camacol, siguiendo a Titi, el líder de las travesuras.
Poco a poco tomábamos más confianza y como locos posesos, adictos a la adrenalina, usábamos menos el freno, que no eran más que los zapatos y una piedra —funcionaba mejor un trozo de ladrillo— en la mano izquierda, porque la derecha era la que dirigía la punta del patín en el que se iba sentado. Alguna vez, ya era de noche, en medio de una misión suicida como las llamábamos, en un instante cualquiera vi cómo una mano enorme de color azul se me puso por el lapso de un parpadeo en el hombro derecho. Esto me asustó tanto que frené de inmediato, perdí el equilibrio, caí y me raspé inmisericordemente las piernas, las nalgas y la espalda. Pero cuando me levanté, vi a mis dos amiguitos de aventuras, unos veinte metros colina abajo delante de mí, estampados y medio debajo de un bus que había girado en la esquina a la que nos acercábamos. No les pasó por encima de chiripa, y a ellos no les sucedió nada grave, más allá del susto, los raspones y el chichón enorme que se hizo Titi en la frente.
El cuento se regó como verdolaga en playa en la comunidad. Los adultos testigos del incidente, preocupados al ver que la actividad iba agarrando fama y gusto entre cada vez más niños, hablaron con la inspectora de policía que ejercía justo en la esquina al frente de mi casa. Así se enteraron mis padres de que yo no era tan angelito como ellos pensaban y que hacía mis locuras influido por los amiguitos. A partir de ese día se me prohibió seguir haciendo misiones y me decomisaron los patines. Aburridos, nos fuimos a por las caucheras y las ganzúas para reventar bombillos. Esa es otra historia, no hubo mano azul, lo que sí hubo fue una amenaza de que nos iban a meter al calabozo de la inspección y eso fue suficiente.
Manifestación adolescente

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Los primeros años de mi secundaria los hice en la Institución Departamental de Enseñanza Media Samuel Barrientos Restrepo, un colegio público solo para varones, en el que estudiábamos chicos de bajos recursos económicos especialmente de la comuna 13. Cursaban los años del final de los ochentas, principios de los noventas, era un momento difícil y el lugar menos sano para superar la adolescencia.
Un día cualquiera, por cosas que ya no recuerdo, me sentí insultado por uno de mis compañeritos. Jamás he sido violento o agresivo, y sin embargo, mi padre me enseñó que uno tiene que ser del tipo: no me meto con nadie, pero ¡ay! del que se meta conmigo. Lo que recuerdo es que el muchacho me escupía con sorna, y yo que siempre he sido en extremo escrupuloso con la saliva ajena, lo pateé varias veces.
Pues bien, resulta que Manuel, así se llamaba el agresor agredido, trabajaba para una banda que asaltaba taxis y era controlada por uno de los «generales de Pablo Escobar». Dos días más tarde, cuando me dirigía caminando para mi casa, en un tramo bastante solitario por el que debía transitar, que era una cancha de fútbol en barro, al lado de una quebrada que hoy no existe porque encima descansa la estación San Javier del Metro, me alcanzó un sujeto con una navaja en la mano y un revólver en la cintura, que de la nada empezó a empujarme y a decirme que eso me estaba pasando porque le había pegado a un «pelaito», y que tenía que pagar por mi maldad.
Al tipo lo habían mandado a quebrarme un pie, pero nada pasó más allá de la advertencia, sin siquiera chuzarme con la navaja como debía haber sido como mínimo. ¿La razón? La vine a conocer mucho tiempo después. Resulta que el sicario se amedrentó porque vio dirigirse a mis espaldas, hacia nosotros, a un adulto enorme que parecía conocerme y venía a defenderme. No, no era azul, o al menos ese dato no me lo dieron. La historia terminó con que me enfermé de los nervios, no pude ir al colegio por un par de semanas y terminé cambiándome al Concejo de Medellín, institución en la que estudiaría con mujeres y tendría que lidiar con mi timidez.
El GIGANTE AZUL y mi moto veloz

Imagen extraída de: https://alianzauniversal.org/que-es-un-angel-guardian/
En mi época de universitario, como me dio por cambiarme de carrera y no ser contador público de la U. de A., sino publicista se la UPB, me tocó empezar a trabajar para poderme pagar la matricula y los materiales de estudio. Fui mensajero a pie por mucho tiempo. En aquella época pesaba unos cincuenta kilogramos, era como una calaverita gorda porque estudiaba desde las seis de la mañana, caminaba entre clases para hacer mi trabajo y no almorzaba, o si lo hacía, era a las cinco o seis de la tarde.
Luego de un tiempo, al ver el esfuerzo que estaba haciendo, mi papá me ayudó con un préstamo a su nombre para comprar una moto. Así llegó a mí la amada y poderosa «Pingüina», una Auteco Plus 150 C.C. negra. Fue una verdadera bendición, ahí fue cuando empecé a embarnecer y fui más eficiente.
Alguna noche, luego de hacerle la visita a una amiga que quería que fuera algo más, a eso de las once de la noche, iba por una sección bastante oscura de un tramo en Belén, cerca a El Cafetero. Mi moto venía presentando un problema eléctrico y la luz frontal de un momento a otro se apagaba y luego volvía como si nada. Justo venía sin luces, no había más vehículos a mi alrededor y como venía bastante asustado, aceleré para pasar ese tramo sin iluminación pública lo más pronto posible. De un momento a otro sentí un peso extraño en la parte trasera de la moto… había alguien sentado ahí y me entró un escalofrío de muerte. Miré para atrás y por encima de mi hombro derecho vi una sombra iluminada (no sé cómo describirlo) pero era una persona inmensa, azul. Lo único que acaté en hacer fue pegarme de los frenos, el de adelante y el de atrás. La llanta trasera chirrió y como esta moto trae el motor al lado derecho, al hacer esta maniobra siempre derrapaba hacia ese lado. No usé el embrague, por lo tanto la moto se apagó.
Volví a mirar para atrás y no había nadie conmigo. Apenas y podía respirar. Temblaba como una hoja. Cuando me repuse, le di la patada al crank de la moto de manera instintiva y encendió de inmediato, también lo hizo la luz delantera y me iluminó lo que tenía al lado, a escasos veinte centímetros, que era un hueco abierto por una de esas cuadrillas de las empresas públicas. Tenía por lo menos dos metros de profundidad y era tan ancho como la calzada derecha, los escombros estaban sobre la jardinera. ¿Y la señalización? Sí la había, pero no, porque estaba caída dentro del hueco. Alguien la había golpeado y no la habían restaurado.
A partir de ese día empecé a creer ya sí en serio, en que tenía asignado un ángel para mí, y fue cuando empecé a hablarle como a un amigo. Hasta el día de hoy me acompaña y nos comunicamos, aunque ya quisiera yo que se me materializara para conversar. Sería al único que le permitiría sacarme de la soledad autoimpuesta.
¿Lo ves?, ¿lo has visto más?

Imagen extraída de: https://www.mundodeportivo.com/uncomo/educacion/articulo/cual-es-mi-angel-de-la-guarda-segun-mi-fecha-de-nacimiento-48220.html
Ahora que soy un loquito reconocido y diagnosticado, me puedo dar el lujo de ejercitar mi locurita constantemente, ya no me da pena. En ese orden de ideas, hablo solo sin ocultarlo como lo hice toda la vida, y a veces, es con él con quien estoy hablando. Es el único amigo que tengo que no se ha cansado de mí y que me escucha repetir y repetir lo mismo siempre (creo). Pero también me habla, y no, no es esquizofrenia, ya me hicieron pruebas.
Así, hablándome es que me ha salvado de varias vainas últimamente. Hace poco, por estarme echando cantaleta, me evitó un problemita. Resulta que yo voy en bicicleta al trabajo todas las mañanas. Soy un ciclista responsable, respeto semáforos, pares y al peatón por encima de los demás. Uso la berma derecha para desplazarme, no adelanto vehículos por entre carriles y me emberraca que los motociclistas me invadan la berma para culebrear en el tráfico.
Bueno, hace unos días, iba pedaleando y la fila de carros delante de mí se empezó a detener por un semáforo en rojo. Yo, con cuidado sigo avanzando en este tipo de situaciones, y de un momento a otro, un motoneto de esos que no pueden esperar un segundo detenido, se metió entre los vehículos para adelantar por la berma, me hizo frenar en seco, casi lo choco. Lo peor es que él no cabía, le tocó incluso adelantarse ese primer carro por la antejardinera.
Internamente empecé a hijueputiar al tonto ese, y de pronto, mi ángel me habló y me dijo: calma Andrés, vos no tenés derecho a criticar a nadie. Esto pasó en cuestión de segundos, porque yo no había empezado a pedalear de nuevo, y entonces vi a este tonto que creyéndose muy hábil, tuvo que acelerar para pasar el siguiente vehículo que era un taxi, del que un pasajero, aprovechando que estaban detenidos, abrió la puerta para bajarse. El de la moto se totió contra la puerta, dañó la moto y dañó el taxi. Mi ángel seguido, me dijo: ¿viste de lo que te salvaste?
¡Qué bueno pa’vos! Te protege del mal y del dolor

Imagen extraída de: https://www.urantia.org/es/quien-es-el-arcangel-miguel
Esteeeee, sí y no. El sí es definitivo, pero también es su trabajo proteger de un dolor manifestando una tragedia. El más claro ejemplo está con la historia de los patines. Me caí, me raspé, dolió, pero tal vez, ese bus me hubiera pasado por encima. En el 2022 me pasó algo así. Estaba empezando la incubación de mi depresión, eso hizo que algunas personas que estaban a mi alrededor se tomaran las cosas personales e ignoraran los síntomas —es lógico esto no es fácil y menos para quien no tiene experiencia—.
Así que un día, mi GIGANTE AZUL, me habló al oído para que efectuara una maniobra con la cual me tendría que enterar de la peor manera posible, de la manipulación y alta traición de alguien cercano. Dolió, todavía duele, un año después destroza partes del cemento que he puesto en la fractura, lo desmorona y toca volver a empañetar, pero, más allá del dolor y las cicatrices, le tengo que agradecer a mi gran amigo, que mi situación no hubiera sido mucho peor, monstruosamente inmanejable si hubiera podido seguir ejecutándose. Los niveles manipuladores y la red que se me estaba tejiendo era fenomenal y todo se cayó gracias a un simple acto soplado al oído derecho.
No falta que en varias ocasiones me haya encontrado con personas que aseguran ver los ángeles y en una entrevista que tuve con alguien, me dijo que mi amigo se llamaba Miguel y que era un arcángel... es decir, que era un general. ¡Gran honor para mí!
Así que gracias mi amigo.
Ahora el reclamo: ¿qué hubo pues de la señal que te he estado pidiendo?
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